miércoles, 9 de mayo de 2012


Recuerdos de una admirable mujer
Maria Victoria Seligmann y su hija Adriana disfrutando de
las calles de Madrid, España.
 (Foto: Constanza Jaramillo)


Recuerdo la historia de ella desde hace unos 30 años, cuando una hermosa e inteligente mujer de padre alemán  judío y madre colombiana, llamada Maria Victoria Seligmann, quien siempre fue muy bella, delgada, de 1.70 de estatura, con curiosos rasgos alemanes, atrevidos pero a la vez sensatos, pelo negro ondulado hasta la cintura y una sonrisa tan blanca y alegre como la espuma. Desde muy joven, cuando estudiaba en el colegio femenino y de monjas, tenía muchos pretendientes, pero era una chica introvertida, y su madre siempre fue muy rígida y reservada, por lo tanto, ella también.  Una tarde de esas naranjas, conoció al único hombre que logro conquistar su corazón, y rechazo la propuesta de su madre de irse a Francia a estudiar francés, solo por casarse con él. En este tiempo, mientras estuvo atada en el matrimonio, con tan solo 23 años y después de haber concebido a dos hijas empezó a conocer al hombre que tenía a su lado y decidió darle fin a su matrimonio, el cual duro ocho largos años. Cuando quedo soltera con dos hijas para criar decidió salir adelante y derrumbar todos los obstáculos que aparecían en su camino, con el apoyo de su padre empezó a trabajar en la empresa textil la cual era muy exitosa y pertenecia a su familia, primero archivó papeles, despues, término dirigiéndola.
Despues de un tiempo de trabajar en la empresa textil, Seligmann quería otro camino, quería dejar de depender de su padre y valerse por sí sola, así que salió a buscar cualquier trabajo en otro lugar, ella sabía que era capaz. Gracias a la experiencia que había obtenido trabajando como directora de una empresa por cinco años, se presentó muy nerviosa a una nueva y emprendedora organización mexicana llamada Ferro mexicana y logro conseguir el trabajo, gracias a su ingenio viajo a hermosos países y trabajo allí por siete años, dice, que fueron los mejores de su vida.
Pasaron los años, sus hijas ya eran adolescentes, Adriana, una mujer de 1.80 de estatura, de piel morena, María la apodaba “mi negrita”, su cabello era negro como el Liévano más puro, y sus rasgos tan fuertes como marcados, y Carolina muy diferente a su hermana era un poco más baja, su piel blanca como describían a blanca nieves con sus cachetes rosados y sus ojos más cafés que caobas, su pelo era castaño y liso casi que resbalaba, muy extrovertida y la más juiciosa en el colegio, las dos eran completamente polos opuestos, Adriana era un poco necia, salía mucho de rumba, tenía amigos, novios y como decía su madre, “era mi dolor de cabeza”. Al contrario Carolina era muy juiciosa, de pocos amigos y poca rumba, su prioridad era el estudio y por esto siempre fue la mejor del curso.  Para victoria eran las niñas de sus ojos.
Despues de unos años, en los años 90, en una fiesta familiar, conocio a un hombre que le hizo palpitar su corazon, Victor Cespedes, con el que mantuvo una relacion amorosa y decidio iniciar un restaurante de comida de mar en asociación con él. Pasado el tiempo, cuando eso ya no se usaba, como expresaba ella misma, quedo embarazada de Victor y tuvo una encantadora niña, a quien llamo Juliana, quien al crecer heredo muchos rasgos de su hermana Adriana, “la negrita”. En el año 2000, María, se fue a trabajar a la registraduria de Villavicencio después de haber terminado su romance. Iniciando una nueva vida, compro su propia casa y disfruto de las llanuras colombianas, en la calurosa ciudad de Villavicencio 10 años de su vida junto a su hermosa hija Juliana.  


Por: Juliana Céspedes Seligmann.

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